“Cerremos esta puerta.
Lentas, despacio, que nuestras ropas caigan.
Como de sí mismos se desnudarían dioses.
Y nosotros lo somos, aunque humanos”.
Saramago era escéptico con ciertos elementos de las nuevas tecnologías, aunque no por cuestiones románticas (no escribía a mano, como otros de su generación), sino filosóficas.
“Yo a veces digo que sobre la página de un libro uno puede dejar caer una lágrima, pero es un poco más difícil que una lágrima caiga en el disco duro de una computadora”, señalaba tiempo después de recibir el Nobel en la Feria del Libro de Fráncfort. Tampoco creía en el poder de la literatura de cambiar el mundo, porque aseguraba que entonces éste ya habría cambiado hace tiempo.
“Nosotros, lo que podemos tener -afirmaba siempre en su tono amable, con un español marcado por el acento portugués- son algunos lectores”.En su caso, más que sólo “algunos”.
Y más de uno derramará lágrimas sobre el teclado, aunque no sea tan poético como el papel.
Hoy se fue un hombre al que solo me queda decir gracias por curarme los ojos y permitirme ver.
Un hombre íntegro.
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